Esto es lo que sugiere una investigación con 92 adolescentes con edades entre los 11 y los 18 años, y pone en evidencia la necesidad de considerar las diferencias entre los sexos al planificar el tratamiento (imagen: Wikimedia Commons)
Esto es lo que sugiere una investigación con 92 adolescentes con edades entre los 11 y los 18 años, y pone en evidencia la necesidad de considerar las diferencias entre los sexos al planificar el tratamiento
Esto es lo que sugiere una investigación con 92 adolescentes con edades entre los 11 y los 18 años, y pone en evidencia la necesidad de considerar las diferencias entre los sexos al planificar el tratamiento
Esto es lo que sugiere una investigación con 92 adolescentes con edades entre los 11 y los 18 años, y pone en evidencia la necesidad de considerar las diferencias entre los sexos al planificar el tratamiento (imagen: Wikimedia Commons)
Por Karina Ninni | Agência FAPESP – Un estudio realizado en Brasil con 92 adolescentes sugiere que las niñas son más propensas que los niños a desarrollar alteraciones metabólicas asociadas a la obesidad, entre ellas la hipertensión y dislipidemia, tal como se le denomina a la elevación de los niveles de colesterol y triglicéridos en la sangre.
Esta investigación se llevó a cabo con el apoyo de la FAPESP, y estuvo a cargo de científicos del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de São Paulo (ICB-USP) y de la Facultad de Ciencias Médicas de la Irmandade da Santa Casa de Misericórdia de São Paulo (FCM-SCMSP). Y sus resultados se dieron a conocer en un artículo publicado en la revista Frontiers in Nutrition.
Según los autores, los datos revelan un patrón de alteraciones en el perfil lipídico asociado a las niñas obesas cuando se las compara con niñas sin sobrepeso. Y la conclusión indica que las chicas del primer grupo exhiben una mayor predisposición a sufrir enfermedades cardiovasculares durante la vida adulta.
“Observamos que las niñas son mucho más propensas a padecer las alteraciones típicas de la obesidad, tales como la hipertensión y la dislipidemia. Las muchachas mostraron niveles aumentados de triglicéridos y LDL, el llamado colesterol ‘malo’, mientras que el HDL, el colesterol ‘bueno’, fue menor en comparación con las niñas eutróficas [sin sobrepeso]”, revela la bióloga Estefania Simoes, primera autora del trabajo.
El perfil lipídico de los niños obesos no exhibió diferencias significativas cuando se lo comparó con el de los niños eutróficos, de acuerdo con los científicos.
La obesidad infantil constituye una preocupación creciente de las autoridades sanitarias y de los estudiosos del área de la salud. De acuerdo con la OMS, más de 340 millones de niños y adolescentes con edades entre los 5 y los 19 años estaban con sobrepeso u obesos en 2016. Se sabe bien que la obesidad en la infancia puede traer aparejados trastornos metabólicos y enfermedades cardiovasculares durante la vida adulta.
Si bien este tema ha venido ocupando a los científicos y a los grupos de investigación desde hace ya algún tiempo, el surgimiento de la obesidad en la adolescencia desde el punto de vista de las diferencias entre los sexos siegue siendo un tema poco explorado.
“Nosotros comparamos a los adolescentes obesos y no obesos con edades entre los 11 y los 18 años de ambos sexos abordando simultáneamente sus medidas antropométricas, su perfil lipídico y lipoproteico, la concentración de hormonas y los neuropéptidos, con un enfoque especial sobre las respuestas dependientes del sexo. Hasta donde sabemos, se trata del primer estudio con este approach multifactorial.”
Este trabajo recibió financiación en el marco de dos proyectos de la FAPESP: “Análisis de la anatomía cerebral, de los mediadores inflamatorios y de las hormonas reguladoras del apetito de pacientes pediátricos obesos. Un estudio sobre la neurobiología de la obesidad” y “La inflamación sistémica en pacientes con caquexia asociada al cáncer. Mecanismos y estrategias terapéuticas: un abordaje en medicina traslacional”.
Colaboraciones
El estudio se llevó a cabo en colaboración con el neurólogo y psiquiatra Ricardo Riyoiti Uchida, el investigador que lidera el trabajo y que es el responsable del reclutamiento de los 92 adolescentes que participaron en el mismo, en el Consultorio Externo de Endocrinopediatría del Hospital Santa Casa de Misericórdia de São Paulo. Riyoiti Uchida intenta entender mediante neuroimágenes si existe alguna alteración en las áreas del cerebro relacionadas con la saciedad y con el apetito. “Ese es otro trabajo que está por salir. El objetivo del mismo consiste en caracterizar el sistema nervioso central de los pacientes obesos. Él estudia la obesidad adolescente desde hace muchos años”, adelanta Simoes.
Además de la extracción de muestras de sangre de los pacientes y de la verificación de su presión sanguínea, se les midieron las concentraciones plasmáticas (en ayunas) de colesterol total (TC), de colesterol de lipoproteínas de alta densidad (HDL), de colesterol de lipoproteínas de baja densidad (LDL), de colesterol de lipoproteínas de muy baja densidad (VLDL) y triglicéridos (TG). Este trabajo estuvo a cargo del equipo de la SCMSP. Como agregado, se aplicaron distintos cuestionarios, elaborados a los efectos de identificar los patrones alimentarios que exhiben señales de dependencia de alimentos ricos en grasa y/o azúcar, como así también trastornos alimentarios.
Los científicos midieron también los neuropéptidos ligados a las alteraciones neurohumorales, y descubrieron que los mismos aparecen bastante alterados en los individuos obesos. Los neuropéptidos se liberan como respuesta a señales periféricas (tales como las emitidas mediante hormonas) para regular el apetito y el equilibrio energético. “Asimismo, la leptina y la insulina interactúan con los neuropéptidos NPY, MCH y α-MSH, no solamente regulando el apetito, sino también activando el sistema nervioso simpático (SNS), lo cual posiblemente contribuye con la hipertensión relacionada con la obesidad”, revela Simoes.
De acuerdo con la investigadora, estos nuevos datos referentes a las diferencias observadas entre niños y niñas en el patrón de hormonas, citoquinas y neuropéptidos apuntan hacia un tratamiento más orientado y específico. “Por más que se desee efectuar un tratamiento único en lo atinente a fármacos o suplementación alimentaria, lo que los datos demuestran es que quizá no se deba tratar del mismo modo a niños y niñas, aun cuando tengan el mismo peso y la misma edad. Sucede que el organismo reaccionará de manera distinta al tratamiento.”
Enlaces
Joanna Correia-Lima, la segunda autora del artículo, aclara que con los datos recolectados en el mismo grupo de voluntarios se elaboraron dos artículos. El primero, ya publicado en el International Journal of Obesity se enfocó en la caracterización del proceso inflamatorio en el mismo muestreo (cohorte) de pacientes, con la mira puesta en que la inflamación constituye un proceso biológico significativo en la obesidad.
“En el laboratorio de la profesora Marília Seelaender, quien también firma este segundo artículo en Frontiers in Nutrition junto a nosotros, siempre estudiamos algo que es lo contrario a la obesidad: la caquexia [en pacientes con afecciones tales como cáncer y sida, que pierden mucho peso, fundamentalmente masa muscular]. Esas dos enfermedades tienen en común el papel central de la inflamación sistémica. Por eso en nuestro trabajo nos enfocamos de entrada en la inflamación y, posteriormente, evaluamos y caracterizamos esa otra parte hormonal, y de qué manera esto se relaciona con la predisposición al desarrollo de enfermedades cardiovasculares.”
De acuerdo Correia-Lima, los incontables trabajos ya publicados sobre el tema de la obesidad adolescente e infantil suelen hacer referencia a un factor específico que se encuentra alterado en los obesos (la inflamación, o una hormona, por ejemplo), o incluso a una consecuencia específica de la obesidad, tal como la existencia de hipertensión. “Pero nosotros logramos conectar todos esos datos. Como teníamos una cohorte grande y una buena cantidad de datos recolectados, pudimos caracterizar los enlaces existentes en una misma población, es decir, cómo se interconectan todas las alteraciones que se observan en el organismo obeso. Y esto es lo más importante de este trabajo: mostrar esos enlaces”, dice.
Según Simoes, al cabo de toda la recolección de datos, cuando se realizaron los análisis de correlación estadística, las investigadoras notaron que las situaciones observadas en los organismos obesos estaban conectadas unas con otras. “Los niveles elevados de hormonas tales como la insulina y la leptina [la hormona de la saciedad] podrían ser los causantes de la hipertensión, por ejemplo. Y esta información debería tenerse en cuenta en el tratamiento de la obesidad. Es sumamente común el uso de antiinflamatorios que pueden minimizar un aspecto de la enfermedad, pero resulta interesante saber que existen otros factores que colaboran para que la misma aparezca, pues así existe la posibilidad de complementar y mejorar el tratamiento.”
Ella recuerda que la obesidad es una enfermedad multifactorial y, por eso mismo, no existe un tratamiento único. Aparte de la dieta y la actividad física, los tratamientos pueden incluir el uso de medicamentos, la intervención quirúrgica y la atención psicológica.
“En los análisis que se hicieron mediante la aplicación del cuestionario, se puede notar que existe en esos niños y esas niñas un trastorno de la alimentación a nivel psicológico. Por más que podamos demostrar que existen alteraciones en los neuropéptidos, en las hormonas, que existe la hipertensión, la inflamación etc., en el fondo esos niños y esas niñas no padecen un problema únicamente orgánico, sino también psicológico. De allí la importancia de estudios sobre la obesidad infantil, a los efectos de realizar un diagnóstico a tiempo e intentar tratarla, para que no se convierta en una complicación mayor durante la vida adulta. Porque hay tiempo para ello”, advierte Simoes.
Puede leerse el artículo intitulado Sex-Dependent Dyslipidemia and Neuro-Humoral Alterations Leading to Further Cardiovascular Risk in Juvenile Obesity, de Estefania Simoes, Joanna Correia-Lima, Elie Leal de Barros Calfat, Thais Zélia dos Santos Otani, Daniel Augusto Correa Vasques, Victor Henrique Oyamada Otani, Pamela Bertolazzi, Cristiane Kochi, Marilia Seelaender y Ricardo Riyoiti Uchida, en el siguiente enlace: www.frontiersin.org/articles/10.3389/fnut.2020.613301/full.
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