Una investigación muestra de qué modo los escritores de lengua portuguesa de África, como Mia Couto, absorbieron los escenarios, los personajes y la renovación del lenguaje que se engendró en la literatura brasileña (foto: Wikimedia Commons)

El Brasil de los africanos
06-10-2016

Una investigación muestra de qué modo los escritores de lengua portuguesa de África, como Mia Couto, absorbieron los escenarios, los personajes y la renovación del lenguaje que se engendró en la literatura brasileña

El Brasil de los africanos

Una investigación muestra de qué modo los escritores de lengua portuguesa de África, como Mia Couto, absorbieron los escenarios, los personajes y la renovación del lenguaje que se engendró en la literatura brasileña

06-10-2016

Una investigación muestra de qué modo los escritores de lengua portuguesa de África, como Mia Couto, absorbieron los escenarios, los personajes y la renovación del lenguaje que se engendró en la literatura brasileña (foto: Wikimedia Commons)

 

Por José Tadeu Arantes  |  Agência FAPESP – Las principales obras de la crítica literaria del siglo XX concibieron a la literatura brasileña como un gran receptáculo transformador de la literatura europea. Descrita desde una perspectiva antropofágica, en el sentido que le atribuyó a esta palabra Oswald de Andrade (1890-1954), la imagen de Brasil que resultó de esas formulaciones fue la de un devorador de la cultura extranjera que, una vez debidamente digerida, habría dado origen a nuestra cultura nacional.

Sin negar la validez y la eficacia de este eje interpretativo, una nueva investigación apuntó a transitar por el mismo en el sentido inverso, al explorar la idea de una literatura brasileña devorada y digerida por otros, de una literatura brasileña que ocupa la otra punta de la relación. Se trata de “La internacionalización de la cultural brasileña y el Sur Global”, de Alfredo Cesar Barbosa de Melo, desarrollada con el apoyo de la FAPESP.

Barbosa de Melo es docente del Departamento de Teoría Literaria de la Universidad de Campinas (Unicamp), en São Paulo, Brasil. Para llevar adelante su proyecto, investigó el impacto provocado en los escritores africanos de idioma portugués por la literatura brasileña durante las décadas de 1940, 1950 y 1960.

“La antropofagia cultural y el paradigma de la crítica literaria del siglo XX intentaron responder ante una especie de complejo de inferioridad brasileño. En el siglo XIX existía la idea de que éramos incapaces de ser originales, debido a nuestro pasado colonial. Por haber sido colonizados por Europa, estábamos condenados a tener una cultura siempre derivada. Al afirmar que nuestra derivación era creativa, que éramos capaces de transmutar aquello que recibíamos, la antropofagia cultural y el paradigma de la crítica literaria del siglo XX le atribuyeron una connotación positiva a aquello que antes nos causaba malestar”, sostuvo el investigador en declaraciones a Agência FAPESP.

“Lo que intenté hacer fue investigar la nueva situación que se configuró en el momento en que nuestros productos culturales empezaron a exportarse. Esa nueva realidad, que puede sintetizarse en la expresión ‘antropófagos devorados’, fue uno de los supuestos de mi investigación. El otro supuesto consistió en escapar de las dicotomías metrópoli-colonia, centro-periferia, desarrollado-subdesarrollado, que siempre orientaron nuestra reflexión sobre la inserción de Brasil en el mundo. Intenté considerar otro eje relacional, al que podríamos denominar Sur-Sur, comparando la producción brasileña con las producciones africanas”, añadió.

Barbosa de Melo relató que el tema se le ocurrió a partir de su propia lectura de testimonios y entrevistas de escritores africanos de lengua portuguesa. “Percibí en ellos una enorme admiración por la cultura brasileña. En el momento en que las antiguas colonias portuguesas estaban gestando su propio nacionalismo político y cultural, escritores brasileños como Guimarães Rosa, Jorge Amado, José Lins do Rego y hasta Gilberto Freyre constituyeron, para los intelectuales angoleños, mozambiqueños y caboverdianos, un modelo inspirador y de autonomía cultural”, afirmó.

Para ejemplificar su afirmación, el investigador recordó nombres tales como los de Ruy Duarte de Carvalho y José Luandino Vieira en Angola, José Craveirinha y Mia Couto en Mozambique, y Gabriel Mariano y Baltasar Lopes en Cabo Verde. “Todos estos escritores en algún momento se refirieron a la importancia que tuvo para ellos la literatura brasileña”, subrayó.

Fue en la cárcel que José Luandino Vieira entró en contacto con la obra de Guimarães Rosa. El escritor angoleño fue detenido por la Pide, la policía política de la dictadura portuguesa, en 1959. Y lo fue nuevamente en 1961, cuando lo encarcelaron durante 11 años, hasta lograr su libertad condicional en 1972. En una entrevista famosa, recordó de qué manera, durante ese período, llegó a sus manos el libro Sagarana, y cuán importante fue para él poder leerlo en aquel momento.

“En la literatura brasileña, esos intelectuales africanos encontraron el referente literario de una realidad que no les era extraña, una realidad que les inspiraba un sentimiento de familiaridad, de contigüidad sociocultural”, resumió Barbosa de Melo.

Baltasar Lopes, por ejemplo, afirmó que leyó Evocação do Recife, de Manuel Bandeira, un poema que constituye una referencia del modernismo brasileño, proyectando la realidad descrita en el poema en el contexto caboverdiano. Ribeira Brava, en la isla de São Nicolau, en Cabo Verde, suministró a Lopes el escenario donde ideó Recife. Un viejo conocido suyo, Pedro António, hizo las veces del personaje Totônio Rodrigues, mencionado por Bandeira. Y la muchacha tomando baño desnuda, cuya visión provocó en el poeta brasileño su “primera iluminación”, fue imaginada por el caboverdiano en Ribeira Dom João.

“Fue tamaño el sentimiento de familiaridad que despertaron en esos intelectuales africanos los escenarios y los personajes de la literatura brasileña que Brasil pareció encarnar para ellos una parte de su propia realidad. Mia Couto, por ejemplo, quien forma parte una generación posterior, dijo que la primera lectura de la obra de Guimarães Rosa le hizo recordar los relatos que les escuchaba a los cuentacuentos en Mozambique cuando era niño”, comentó el investigador.

Ese sentimiento de familiaridad que despertó el mundo de Guimarães Rosa también fue recordado sabrosamente por Ruy Duarte de Carvalho. Al referirse específicamente a Gran Sertón: Veredas, sostuvo: “En los paisajes que Guimarães Rosa me describía, yo reconocía a aquéllos que me eran familiares. Ya sea porque eran de la misma naturaleza que muchos paisajes de Angola –y en algunos de los paisajes de Angola yo reconocía a aquéllos mientras lo leía– o porque la gente que él evocaba, gente de montes y grutas, de campos y matorrales, era también en Angola aquélla con la cual durante muchos años me vi a través de ese oficio que es vivir”.

“Al estudiar este tipo de emulación, se me ocurrió inmediatamente la comparación con el propio proceso de formación de la literatura brasileña, tal como lo describió Antonio Candido. Acá también hubo una inserción de temas y modos de la literatura europea en el escenario de Brasil. Ésos fueron los casos de Cláudio Manoel da Costa o de Tomás Antônio Gonzaga, por ejemplo, al proyectar el ideal arcádico en el paisaje natural y humano de Minas Gerais. Pero la comparación entre esos dos conjuntos, “el brasileño que se inspira en Europa” y “el africano que se inspira en Brasil”, me llevó a percatarme de que, pese a que estructuralmente son parecidos, existe entre ellos una diferencia fundamental”, ponderó Barbosa de Melo.

“Sucede que existe en la cultura brasileña la idea arraigada de que Brasil es un país que está siempre en construcción, siempre en desarrollo, que nunca llega a ser aquello que aspiraría a ser o que debería ser. El gran conflicto entre Brasil y Europa radica en que ésta parece siempre poner frente a nuestros ojos un ideal inalcanzable. Pero, de parte de los africanos, la relación es otra. En ningún momento Brasil se presenta ante ellos como un modelo por alcanzarse. En ningún momento piensan que podrían ser como Brasil. La relación que establecen les indica que ya son Brasil, que sus sociedades son tal cual la sociedad brasileña, que existe entre Brasil y África una especie de contigüidad existencial”, explicó.

De este modo, por ejemplo, no fue en carácter de ideales inalcanzables, sino como tipos inmediatamente reconocibles y apropiables, que los compositores angoleños Ruy Mingas y Mario Antonio insertaron en los versos famosos de su canción Poema da farra los personajes de Jubiabá, de Jorge Amado: “Cuando leí Jubiabá/ me creí Antonio Balduíno / Mi primo, que nunca lo leyó / Fue Zeca Camarão”.

“Hay algo por aprender con esto, algo que no debe soslayarse, algo que puede ayudarnos a rever nuestra imagen de nosotros mismos y nuestra inserción en el mundo”, argumentó el investigador.

La gran ironía es que ese acercamiento entre Brasil y África fue impulsado en los años 1940 por las dictaduras brasileña y portuguesa. Fue el Acuerdo Cultural Luso-Brasileño, firmado en 1941 por los representantes del “Estado Novo” de Vargas y del “Estado Novo” de Salazar, el que abrió las puertas para la entrada de los libros brasileños en Portugal. Y en los años subsiguientes, dichos libros caerían en las manos de jóvenes africanos que, más tarde, asumirían el lugar de vanguardias políticas y culturales en sus respectivos países. En la década de 1940, esos jóvenes estaban en Lisboa, en la Casa de los Estudiantes del Imperio, patrocinada por el gobierno portugués.

La dictadura salazarista esperaba que, al regresar a África, esos estudiantes constituyesen una especie de elite colonial, aculturada e identificada con los valores de la metrópoli. Pero fueron ellos quienes, posteriormente, asumieron el liderazgo de la lucha anticolonial, de la lucha por la independencia: Agostinho Neto y Mario Pinto de Andrade en Angola, Marcelino dos Santos en Mozambique, y Amílcar Cabral y Gabriel Mariano en Cabo Verde, entre otros.

“Para esos jóvenes africanos, escolarizados de acuerdo con los cánones del sistema colonial de educación, quienes debían que leer los clásicos portugueses –Camões, Herculano, Almeida Garrett, Camilo Castelo Branco y Eça de Queirós–, autores que asociaban con el propio colonialismo, el descubrimiento de obras tales como Menino de engenho (1932), de José Lins do Rego, Capitanes de la arena (1937), de Jorge Amado, o Sagarana (1946), de Guimarães Rosa, habría constituido una extraordinaria experiencia libertadora. La experiencia de una realidad que tanto se asemejaba a la suya. La experiencia de un idioma portugués totalmente transfigurado. Incluso un autor considerado conservador como Gilberto Freyre ejerció sobre ellos un fuerte impacto, con su lectura orientalizadora, moro-judía, de la historia de la Península Ibérica, tan distinta a la genealogía convencional”, enfatizó Barbosa de Melo.

No es necesario suponer que el lenguaje interiorano, arcaizante y reinventado de una obra compleja como Gran Sertón: Veredas (1956) fue entendido totalmente por los intelectuales africanos. Tampoco los brasileños lo comprenden por entero. Pero eso no impide que la novela se lea sin necesidad de hacer una investigación cada vez que se tropieza. “José Luandino Vieira dijo que cuando la leyó no entendió muchas cosas, pero que se dio cuenta de que había allí un camino que la literatura angolana debía seguir, un camino para marcar la diferencia. Porque la gran cuestión que se plantea en un país que lucha por su independencia consiste en marcar la diferencia con relación a la antigua metrópoli. Y fue eso lo que Guimarães Rosa les ofreció a los intelectuales africanos: la posibilidad de escribir en un idioma completamente distinto a aquél que se aprende en la escuela escribiendo en portugués”, puntualizó el investigador.

“Las influencias de la literatura brasileña sobre las africanas de lengua portuguesa son ampliamente conocidas y están muy bien documentadas. La propuesta de esta investigación consistió en intentar extraer las consecuencias de estas influencias sobre el estudio del comparatismo realizado en Brasil”, concluyó.

 

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