Un experimento realizado con ratas demostró que, si bien no mitigaron el aumento de peso, los ejercicios resistidos evitaron la elevación de la presión arterial y otros problemas metabólicos inducidos por una alimentación desbalanceada (foto: una rata escala con un peso atado a su cola/ archivo del investigador)
Un experimento realizado con ratas demostró que, si bien no mitigaron el aumento de peso, los ejercicios resistidos evitaron la elevación de la presión arterial y otros problemas metabólicos
Un experimento realizado con ratas demostró que, si bien no mitigaron el aumento de peso, los ejercicios resistidos evitaron la elevación de la presión arterial y otros problemas metabólicos
Un experimento realizado con ratas demostró que, si bien no mitigaron el aumento de peso, los ejercicios resistidos evitaron la elevación de la presión arterial y otros problemas metabólicos inducidos por una alimentación desbalanceada (foto: una rata escala con un peso atado a su cola/ archivo del investigador)
Por Karina Toledo | Agência FAPESP – Los ejercicios aeróbicos, tales como caminar, correr o nadar, son los que más prescriben médicos y educadores físicos para la prevención y el tratamiento de enfermedades asociadas con la obesidad y la mala alimentación.
Sin embargo, en un estudio brasileño publicado en la revista Life Sciences se demostró que la práctica de ejercicios resistidos en ratas –similar a la musculación o el entrenamiento funcional en humanos– también puede prevenir alteraciones cardiovasculares y metabólicas inducidas por una dieta rica en grasas.
No obstante, si se lo practica con una intensidad moderada, tal como fue el caso en el marco del estudio, el entrenamiento de fuerza no evita el aumento de peso.
Los experimentos con ratas se concretaron durante el doctorado de Guilherme Speretta, becario de la FAPESP, bajo la dirección de Débora S. A. Colombari, docente de la Facultad de Odontología (FOAr) de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), con sede en la ciudad Araraquara, interior São Paulo.
“En los animales sedentarios, observamos que la dieta hiperlipídica modificó la expresión génica, con lo cual aumentó su predisposición a la hipertensión. En tanto, en el grupo sometido al entrenamiento de fuerza, eso no sucedió, aun con una alimentación desbalanceada”, comentó Colombari.
En un experimento anterior, cuyo objetivo consistió en precisar en laboratorio los efectos de la dieta hiperlipídica, se comparó a dos grupos de animales sedentarios. Las ratas de control recibieron la alimentación estándar, con cuatro gramos (g) de grasa por cada 100g de alimento. A las demás se les dio una comida con un índice de grasa entre cuatro y cinco veces mayor.
“Al alimento estándar se le añadió una mezcla de maní, chocolate con leche y galletas dulces, en proporciones que ya se encuentran fijadas en la literatura científica. Esto hace que el alimento hiperlipídico se vuelva bastante sabroso, y que su tenor energético se eleve de 2,25 kilocalorías por gramo (kcal/g) a 3,8 kcal/g”, comentó la investigadora. A su vez, Colombari destacó que esa diferencia, asociada a la palatabilidad de la dieta, simuló situaciones de la vida moderna en las cuales la mayor ingestión calórica por parte de niños y adultos deriva en un riesgo para su salud. “Seguramente, la actividad física mejora el nivel cardiovascular y metabólico, pero los efectos de la actividad física necesariamente deben estar acompañados de una reeducación alimentaria."
Al cabo de seis semanas, el grupo alimentado con una dieta hiperlipídica exhibía un aumento sostenido de la frecuencia cardíaca (30 lpm) y de la presión arterial media, que estaba entre 10 y 15 milímetros de mercurio (mmHg) más alta que la de los animales del grupo de control.
“Este aumento de la presión arterial en las ratas alimentadas con una dieta hiperlipídica las vuelve prehipertensas, o directamente hipertensas”, explicó Colombari.
Sin embargo, según la investigadora, lo más significativo fue el perjuicio que se observó en el llamado barorreflejo, un importante mecanismo de ajuste rápido de la presión arterial existente en el sistema nervioso central.
“Cuando por algún motivo, la presión arterial aumenta, el barorreflejo se activa rápidamente e induce una vasodilatación de los vasos de resistencia, una disminución del ritmo cardíaco y una serie de modificaciones tendientes a hacer que los niveles de presión vuelvan a lo normal. Pero, cuando ese mecanismo se encuentra perjudicado, ese ajuste reflejo de la presión arterial no se concreta de manera eficiente”, comentó Colombari.
Al analizar la expresión génica en el encéfalo de los animales, el grupo observó alteraciones en una zona llamada núcleo del tracto solitario (NTS), que está vinculada en gran medida a la regulación de la presión arterial y al control del barorreflejo.
“En los animales sometidos a la dieta hiperlipídica, se registró un aumento de la expresión de componentes hipertensores del sistema renina-angiotensina [un conjunto de péptidos, enzimas y receptores que participan en el control del volumen del líquido extracelular y en la presión arterial], tal como es el caso del receptor AT1 y de la enzima convertidora de angiotensina (ECA). Por otra parte, disminuyó la expresión de componentes de la vía hipotensora de ese sistema [la vía protectora], tal como el receptor AT2. Esa combinación hizo que los animales se volvieran más propensos a la hipertensión”, comentó Colombari.
El efecto del entrenamiento
El paso siguiente consistió en evaluar qué sucedería si los animales iniciasen los ejercicios resistidos antes de ingerir la dieta hiperlipídica y siguiesen entrenando en simultáneo con la oferta de esa alimentación desbalanceada. El nuevo experimento abarcó a cuatro grupos de ratas: sedentarias que recibieron la dieta estándar, sedentarias con dieta hiperlipídica, entrenadas con dieta estándar y entrenadas con dieta hiperlipídica.
El entrenamiento consistía en escalar con un peso atado a la cola. “Antes de empezar el entrenamiento, evaluábamos la capacidad máxima de carga de cada animal, para que todos realizasen el ejercicio con la misma intensidad relativa, es decir, entre el 50% y el 60% de la carga máxima. Como una de las adaptaciones de esa modalidad de ejercicio es el aumento de fuerza, realizamos nuevos test cada dos semanas para mantener la intensidad relativa durante todo el período de entrenamiento”, comentó la investigadora.
El entrenamiento se concretó tres veces por semana, durante diez semanas, con el objetivo de evaluar si el ejercicio era capaz de prevenir los efectos de la dieta hiperlipídica. Durante las tres primeras semanas, todos los animales recibieron la alimentación estándar. Y durante las siete semanas siguientes, dos grupos –uno sedentario y otro activo– pasaron a recibir alimentación hiperlipídica. Al final, todos pasaron por una evaluación.
El incremento de masa corporal y de tejido adiposo en los dos grupos que se alimentaron con la dieta rica en grasas fue de aproximadamente 150 g en el transcurso de las diez semanas. Con todo, solamente el grupo sedentario exhibió una elevación de las tasas de colesterol, glucemia en ayunas, frecuencia cardíaca y presión arterial media, además de una disminución del barorreflejo y de la sensibilidad a la insulina, un factor que predispone al desarrollo de diabetes.
“En tanto, el grupo que realizó el entrenamiento de fuerza mantuvo todas esas variables metabólicas similares a la de los animales de control, que recibieron la alimentación estándar (sedentarios y entrenados). También la expresión génica de los componentes del sistema renina-angiotensina en el núcleo del tracto solitario se mantuvo idéntica a la del grupo de control”, comentó la investigadora.
El análisis de la expresión de los genes reveló también un importante cuadro inflamatorio crónico en el núcleo del tracto solitario de los animales sedentarios alimentados con exceso de grasa.
“Observamos un aumento de la expresión de citocinas inflamatorias, tales como la interleucina 1β y el TNF, por ejemplo, y una disminución de la interleucina 10 en el núcleo del tracto solitario. En tanto, en los animales entrenados no se observó esa inflamación”, dijo la investigadora.
Otra diferencia se detectó en la modulación simpática de los vasos sanguíneos, que es controlada por el sistema nervioso central, y que aparecía aumentada en las ratas sedentarias alimentadas con la dieta hiperlipídica. Según Colombari, esto sugiere un posible aumento de la resistencia periférica a la circulación de la sangre en esos animales, un factor crucial para el desarrollo y el mantenimiento de la hipertensión.
“En los animales entrenados y alimentados con dieta hiperlipídica, la modulación simpática aparecía igual a la del grupo del control. Es muy posible que por eso no haya aumentado la presión arterial”, sostuvo la investigadora.
A juicio de Colombari, los datos que se presentan en el artículo refuerzan la importancia de los ejercicios físicos en la prevención de los efectos deletéreos causados por los excesos alimentarios. “Muchas personas suelen empezar a realizar actividad física cuando ya están enfermas. Nuestro estudio muestra la importancia de la prevención”, dijo.
Segundo Colombari, la mayoría de los estudios en esta área se enfoca en los beneficios de ejercicios aeróbicos, que promueven un mayor gasto energético y una mayor disminución de la masa corporal. “Pero nosotros demostramos que el entrenamiento resistido también aporta beneficios importantes. Obviamente, lo ideal es asociar ambos tipos de ejercitación”, afirmó.
Puede leerse el artículo intitulado Resistance training prevents the cardiovascular changes caused by high-fat diet (doi: 10.1016/j.lfs.2016.01.011) en el siguiente enlace: www.sciencedirect.com/science/article/pii/S002432051630011X.
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