Una investigación sobre la producción teórica y la actuación práctica de los católicos en el país desde mediados del siglo XIX destaca la trayectoria del escritor Alceu Amoroso Lima (foto: un almuerzo de camaradería en la Asociación Católica Universitaria (1936)/ Fundación Dom Vital)

La trayectoria del pensamiento católico en Brasil
18-02-2016

Una investigación sobre la producción teórica y la actuación práctica de los católicos en el país desde mediados del siglo XIX destaca la trayectoria del escritor Alceu Amoroso Lima

La trayectoria del pensamiento católico en Brasil

Una investigación sobre la producción teórica y la actuación práctica de los católicos en el país desde mediados del siglo XIX destaca la trayectoria del escritor Alceu Amoroso Lima

18-02-2016

Una investigación sobre la producción teórica y la actuación práctica de los católicos en el país desde mediados del siglo XIX destaca la trayectoria del escritor Alceu Amoroso Lima (foto: un almuerzo de camaradería en la Asociación Católica Universitaria (1936)/ Fundación Dom Vital)

 

Por José Tadeu Arantes  |  Agência FAPESP – Pese a su persistente declinación numérica a lo largo de las últimas décadas, el catolicismo sigue siendo la religión mayoritaria en Brasil. Según datos del Censo 2010, el último que se realizó, la población entonces estaba constituida por un 64,6% de católicos apostólicos romanos, un 22,2% de evangélicos (no pentecostales o pentecostales), un 2% de espiritistas, un 0,7% de testigos de Jehová y 0,3% de umbandistas y candomblecistas, por hacer mención tan sólo a los cinco segmentos religiosos de mayor expresión cuantitativa. En el mismo sondeo, realizado por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), un 8% de los entrevistados se declaró “sin religión”.

En el marco de un proyecto temático que cuenta con la participación de varios investigadores, se estudia la trayectoria del catolicismo en Brasil desde mediados del siglo XIX y su influencia en diversos campos de la vida nacional. Se trata de la investigación intitulada “Las congregaciones católicas, la educación y el Estado nacional en Brasil”, coordinada por Agueda Bernardete Bittencourt, docente de la Facultad de Educación de la Universidad de Campinas (Unicamp), que cuenta con el apoyo de la FAPESP.

Un dato interesante que aparece con relieve en dicho estudio indica que, si bien la colonización europea del territorio brasileño transcurrió bajo la égida del catolicismo, la presencia cuantitativa de religiosos católicos era sumamente pequeña en el país hasta la última década del siglo XIX. “En 1880 había en Brasil sólo siete órdenes religiosas masculinas y 11 femeninas, y todo el clero católico estaba compuesto por menos de tres mil personas. La entrada masiva de religiosos católicos provenientes de Europa se concretó a partir de 1890, con picos importantes durante las décadas de 1920, 1950 y 1960”, declaró Bittencourt a Agência FAPESP.

Los religiosos –varones y mujeres– vinieron formando parte de congregaciones, algunas de ellas afincadas con anterioridad en el país, aunque la mayoría se radicó con la llegada de éstos. Uno de los motivos de su venida fue la expulsión de dichas congregaciones de los países europeos, debido al proceso de laicización de los Estados nacionales. Otro motivo fue la demanda de personal calificado de la elite brasileña y de la elite eclesiástica para erigir en Brasil colegios y asilos, brindar atención a la salud e incluso actuar en otras áreas especializadas, tales como la prensa.

“Ese ingreso masivo de religiosos fue también un proyecto de la Iglesia Católica, que tenía interés en catolizar las repúblicas latinoamericanas: no sólo ocurrió en Brasil, sino que igualmente se concretó en Argentina, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay, Venezuela, etc. Sucede que durante el siglo XIX, como consecuencia de la Revolución Francesa y del ideario liberal o positivista, hubo una fuerte restricción a la actuación católica en el continente. Se cerraron conventos en países como Argentina y Perú. Y hubo persecuciones contra religiosos en Colombia, México y Venezuela”, informó la investigadora.

De todos modos, Brasil fue el país que más religiosos recibió, por lo vasto de su territorio y porque no contaba con una infraestructura escolar y de salud que lo cubriese. Así las cosas, en el transcurso de casi un siglo se registraron las siguientes cifras de arribo al país de nuevas congregaciones: 13 (1890), 20 (1900), 23 (1910), 41 (1920), 29 (1930), 26 (1940), 51 (1950) y 41 (1960), en un universo de 260 congregaciones mapeadas en el marco de la investigación hasta ahora.

“Los religiosos que vinieron hasta la primera mitad del siglo XX estaban en su mayoría comprometidos con el proyecto de centralización de la Iglesia, en los moldes que se plantearan en el Concilio Vaticano I, realizado durante la segunda mitad del siglo XIX. Con base en el dogma de la infalibilidad papal, promulgado en 1870 por el papa Pío IX en el decurso de ese concilio, la Iglesia se arrogó el derecho de ‘decir la verdad’ desde Roma”, afirmó Bittencourt.

La religión del Estado

Tal centralización o romanización tuvo una importante repercusión en la Iglesia instalada en Brasil. Durante buena parte del siglo XIX, la institución había sido bastante contenida por la acción del emperador Pedro II. Bajo el influjo del liberalismo y el positivismo, y abierto a ideas nuevas como la teoría de la evolución de Darwin, el monarca mantuvo al catolicismo como religión del Estado, pero procuró restringir la influencia de la Iglesia prohibiendo la apertura de seminarios, controlando la selección de obispos y cohibiendo la entrada de nuevos cuadros extranjeros.

Por ser la religión oficial, la Iglesia Católica estaba sometida al Estado. Por ese motivo, cuando los obispos de Olinda y Belém, influidos por el énfasis antiliberal del Concilio Vaticano I, desafiaron abiertamente el derecho civil al ordenar la expulsión de los masones de las hermandades católicas laicas, el caso llegó al Superior Tribunal de Justicia, que condenó a ambos religiosos a cuatro años de cárcel con trabajos forzados en 1874. El emperador conmutó la pena por prisión simple, pero sólo amnistió a los obispos luego de que el Vaticano anuló las prohibiciones a los masones. Ese caso quedó conocido en la historiografía brasileña como “la cuestión religiosa”. No por casualidad, la entrada de las congregaciones católicas en Brasil sólo adquirió importancia numérica a partir de la década de 1890, luego de la proclamación de la República.

“Al estar fragilizada en Europa, y en busca de legitimar una política centralizada en Roma, la Iglesia eligió a América Latina –colonizada por dos países católicos, España y Portugal– como un espacio de fuerte embestida. En 1858 se fundó el Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma, creado para formar cuadros destinados a los países de lenguas latinas alineados con los cánones romanos. Pero el punto alto de ese accionar lo constituye la convocatoria del papa León XIII a todos los arzobispos y obispos del continente al Concilio Plenario Latinoamericano, celebrado en la sede papal en las postrimerías del siglo XIX. De ese cónclave, que reunió a 53 prelados, de los cuales 11 fueron brasileños, emanaron las directrices de la acción de la Iglesia durante el siglo siguiente”, escribió la investigadora.

Romanización y conservadurismo

Con el ingreso de las congregaciones católicas llegaron a Brasil religiosos calificados, provenientes fundamentalmente de Francia e Italia, quienes empezaron a actuar en escuelas, en hospitales y en la prensa. Durante la primera etapa, que se extendió desde la década de 1890 hasta la década de 1950, la Iglesia, comprometida con el proceso de romanización y con el ideario conservador, empleó esos nuevos recursos humanos principalmente para su propia estructuración. De este modo, la cantidad de diócesis, inferior a las dos decenas al momento de la Proclamación de la República, en 1889, creció hasta llegar a las 272 diócesis actuales.

“La preocupación, que ya no se limitaba a combatir a escritores laicos, ateos o agnósticos, sino que se extendía la producción de una prensa propia, constituida por libros, revistas y periódicos con la misma cualidad intelectual y gráfica que los que producían las empresas laicas, llevó a la Iglesia a incentivar la manifestación de escritores católicos. Y ese movimiento en Brasil estuvo capitaneado por el grupo de Río de Janeiro, que fundó la revista A Ordem en 1921, y al año siguiente, el Centro Dom Vital. Después de la muerte accidental de Jackson de Figueiredo (1891-1928), creador de ambos proyectos, el más importante protagonismo intelectual de ese grupo fue ejercido por Alceu Amoroso Lima”, relató Bittencourt.

El derrotero personal de Alceu Amoroso Lima (1893-1983) es ejemplar respecto a la trayectoria colectiva del catolicismo brasileño en el siglo XX. Por eso conviene describirlo más pormenorizadamente. Hijo de un industrial y nieto de un aristócrata, se graduó en Derecho en Río de Janeiro y dio continuidad a sus estudios en Francia, donde frecuentó la cátedra del filósofo Henri Bergson (1859-1941) en La Sorbona. De regreso a Brasil, ejerció como abogado antes de asumir la dirección jurídica de una fábrica de la familia. Al iniciar su actuación en la prensa como crítico literario, en 1919, adoptó el seudónimo de Tristão de Athayde, para no confundir la actividad periodística con la actividad empresarial.

Liberal en política y agnóstico en filosofía, Amoroso Lima se convirtió al catolicismo en 1928, luego de un intenso intercambio de ideas con Jackson de Figueiredo. Su conversión tuvo una gran repercusión, tanto en la esfera familiar como en la esfera pública. En el ámbito familiar, la principal consecuencia de ello sería, dos décadas más tarde, el ingreso de su hija Lia a un monasterio, y en régimen de clausura. Nacida en 1929 en Petrópolis, estado de Río de Janeiro, Lia, con su nombre religioso de sor Maria Teresa, se convirtió a los 22 años en monja de clausura en el monasterio benedictino de Santa Maria, en São Paulo. En el ámbito público, la intensa producción literaria, periodística y epistolar de Amoroso Lima constituyó el principal baluarte del pensamiento católico en Brasil.

En el transcurso de una vida larga, Amoroso Lima escribió casi un centenar de libros y una cantidad innumerable de artículos, publicados en periódicos tales como O Jornal, Diário de Notícias, Tribuna da Imprensa, Jornal do Brasil y Folha de S. Paulo, y se correspondió con algunos de los más importantes intelectuales brasileños. A su hija en clausura le escribió casi diariamente durante 30 años, manteniéndola así informada acerca de lo que pasaba en el país.

“Hasta finales de la década de 1940, Amoroso Lima se caracterizó por sus posturas bastante conservadoras, y llegó a simpatizar con la Acción Integralista Brasileña, aunque no haya participado en esa organización de inspiración fascista. Durante ese período, se comprometió con causas tales como la indisolubilidad del matrimonio, la pluralidad sindical y la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Al modelo de educación laica, pública y obligatoria, defendido por Anísio Teixeira, le contrapuso la propuesta de una educación libre, a elección de la familia. Y en oposición a la Universidad del Distrito Federal (UDF), creada también por Anísio Teixeira, se abocó a la fundación de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (la PUC-Rio), la primera de las PUCs de Brasil, cuyo modelo serviría de inspiración a las demás, incluso a la de São Paulo”, dijo la investigadora.

El grupo de Río de Janeiro estaba liderado por el cardenal Sebastião Leme (1882-1942), y además de contar con la participación Amoroso Lima, reunía a varios intelectuales influyentes, tales como el padre Leonel Franca, el escritor Gustavo Corção y el jurista Sobral Pinto, entre otros. E incorporó más tarde al en ese entonces cura y futuro cardenal Hélder Câmara (1909-1999).

Catolicismo progresista

Una fuerte inflexión, de la derecha al centro y del centro hacia la izquierda, se operó en el medio intelectual católico brasileño a partir de la Segunda Guerra Mundial. “Durante la guerra, y especialmente en la posguerra, se produjo en Europa una transformación profunda en el pensamiento y en la práctica de los religiosos. Fue una orientación hacia el trabajo en el mundo, en pro de la superación de las desigualdades y de la promoción de la justicia social. Como reflejo de ello, Alceu Amoroso Lima vivió una especie de segunda conversión durante la década de 1950 y se mudó de campo. De simpatizante del integralismo pasó a ser interlocutor del llamado catolicismo progresista. Fue uno de los protagonistas del proceso de renovación impulsado por el Concilio Vaticano II (1961-1965). Y luego del golpe de Estado que depuso al presidente João Goulart, en 1964, se ubicó abiertamente en el terreno de la oposición contra la dictadura cívico-militar”, informó Bittencourt.

También durante los años 1950, otra fuerte influencia en la renovación del catolicismo en Brasil fue la del sacerdote francés Louis-Joseph Lebret (1897-1966), creador del movimiento denominado “Economía y Humanismo”, una especie de tercera vía entre la dicotomía “capitalismo versus socialismo”. Lebret –quien tendría posteriormente una actuación decisiva en el Concilio Vaticano II, al participar en la redacción de la constitución Gaudium et spes (“Alegría y esperanza”) y de la encíclica Populorum progressio (“El desarrollo de los pueblos”), proclamadas por el papa Pablo VI (1897-1978)– visitó varias veces Brasil, dirigió investigaciones sobre las condiciones de vida en los barrios pobres de São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y Recife y formó a jóvenes activistas tales como Plínio de Arruda Sampaio, Francisco Whitaker y otros, quienes compusieron una especie de ala izquierda del Partido Demócrata Cristiano.

“Cada cual a su modo, las actuaciones de Amoroso Lima y de Lebret apuntaban a la formación de una elite intelectual progresista. La de Amoroso Lima priorizaba el debate en el campo literario y periodístico. La de Lebret se dirigía hacia una capacitación técnica capaz de formar cuadros altamente calificados para asesorar a los gobiernos. Un punto central que realzaban ambos protagonistas y sus seguidores fue el de la producción bibliográfica. Ello desembocó en la creación de editorial Agir en Río de Janeiro y de editorial Duas cidades en São Paulo. Pensadores fundamentales de la renovación del catolicismo, tales como Emmanuel Mounier, Jacques Maritain y Teilhard de Chardin fueron leídos y discutidos durante ese período”, recordó la investigadora.

Según la estudiosa, hubo también un tercer influjo, en interlocución directa con los segmentos populares. Fue el de los “curas obreros”, que surgieron en la Europa de los años 1940 y llegaron a Brasil en la década de 1950, fundamentalmente a través de la orden de los dominicos. Pero no se debe pensar que esa inflexión llegó a ser unanimidad en el cuerpo de la Iglesia Católica y en su área de influencia. Al contrario: se experimentó una fuerte polarización entre derecha e izquierda en las décadas de 1940, 1950 y 1960. “Luego de la primera visita a Brasil del padre Lebret, en 1947, durante cinco años éste no pudo volver al país debido a las gestiones en el Vaticano de los arzobispos conservadores de Río de Janeiro y de São Paulo, monseñor Jaime de Barros Câmara y monseñor Carlos Carmelo de Vasconcelos Motta, respectivamente. Y Gustavo Corção, quien había sido introducido al catolicismo por Alceu Amoroso Lima, se convirtió después en su mayor opositor, como uno de los principales ideólogos del conservadurismo católico”, subrayó Bittencourt.

“La transición que se operó desde finales del siglo XIX hasta el Concilio Vaticano II consistió en la formulación de un humanismo cristiano, que trajo consigo la profesionalización y también la politización de los cuadros de la Iglesia, y permitió una producción y una apropiación del conocimiento científico. Los que protagonizaron este movimiento fueron fundamentalmente los jesuitas y los dominicos, pero no sólo éstos. La opción por el trabajo social llevó a estos religiosos a procurar entender las condiciones de la generación de la miseria en la sociedad contemporánea. Y esto los acercó al pensamiento marxista y al pensamiento anarquista. Tal análisis lo demandaban los propios trabajos de base, en movimientos tales como el de los curas obreros, el de la formación de comunidades de base, el de la educación popular, el de la actuación en el medio rural, etc. Y todo esto terminaría llevando después a la formulación de la Teología de la Liberación”, concluyó la investigadora.

 

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